Iba siempre solo, con la mirada perdida en ninguna parte y con la esperanza de no encontrarse con nadie por el camino. Detestaba el contacto con otra forma de vida, fuera la que fuere.
Recorría la corta distancia desde su vivienda hasta el supermercado con rapidez, sin detenerse a saludar a una cara conocida, sin mirar que en los jardines cercanos a su casa ya había llegado la primavera y sin darse cuenta de aquél perro que tanto ladraba.
Compraba todo lo necesario para no tener que salir de casa hasta el próximo lunes y no le importaba cargar con demasiadas bolsas.
Cunado llegaba a casa le recibía su más fiel amante y el único amor que tendría en su vida.
Ordenaba aquella casa tan vacía sin demorarse demasiado en la tarea, tenía prisa en llegar y poder sentarse frente a su ordenador y ver si había llegado algo importante a su bandeja de entrada.
Realmente, él vivía ahí dentro, entre circuitos, microchips y cables que le mantenían conectado al ciberespacio. Ese era su modo de vida.
Vivía a través de una conexión ADSL que le mantenía ligado al mundo.
No necesitaba viajar, si quería conocer algún lugar sólo tenía que teclear el nombre en el buscador.
No necesitaba hablar con nadie, el chat cubría la necesidad de sociabilizar con algún que otro ser vivo.
Y no necesitaba sexo, si por algo se caracteriza Internet es por la gran cantidad de pornografía que se puede adquirir de forma gratuita.
Algunos podrían decir que estaba loco, otros que se había encerrado en vida tras aquél terrible accidente y sólo los que habían estado a su lado cuando sucedió aquello, sabían que era lo que realmente ocurría dentro de esa casa.
Recorría la corta distancia desde su vivienda hasta el supermercado con rapidez, sin detenerse a saludar a una cara conocida, sin mirar que en los jardines cercanos a su casa ya había llegado la primavera y sin darse cuenta de aquél perro que tanto ladraba.
Compraba todo lo necesario para no tener que salir de casa hasta el próximo lunes y no le importaba cargar con demasiadas bolsas.
Cunado llegaba a casa le recibía su más fiel amante y el único amor que tendría en su vida.
Ordenaba aquella casa tan vacía sin demorarse demasiado en la tarea, tenía prisa en llegar y poder sentarse frente a su ordenador y ver si había llegado algo importante a su bandeja de entrada.
Realmente, él vivía ahí dentro, entre circuitos, microchips y cables que le mantenían conectado al ciberespacio. Ese era su modo de vida.
Vivía a través de una conexión ADSL que le mantenía ligado al mundo.
No necesitaba viajar, si quería conocer algún lugar sólo tenía que teclear el nombre en el buscador.
No necesitaba hablar con nadie, el chat cubría la necesidad de sociabilizar con algún que otro ser vivo.
Y no necesitaba sexo, si por algo se caracteriza Internet es por la gran cantidad de pornografía que se puede adquirir de forma gratuita.
Algunos podrían decir que estaba loco, otros que se había encerrado en vida tras aquél terrible accidente y sólo los que habían estado a su lado cuando sucedió aquello, sabían que era lo que realmente ocurría dentro de esa casa.