sábado, 27 de diciembre de 2008

El baúl del desván

sábado, 27 de diciembre de 2008
El habitante más anciano del pequeño pueblo siempre la había visto allí. Y él mismo, recordaba haber preguntado de niño cuándo fue construida y nadie le supo decir la fecha con certeza.
Estaba a las afueras. Abandonada desde hacía años, dominaba la localidad desde una pequeña loma. Los niños jugaban a su alrededor con un pellizco en el estómago, midiendo su valentía.
Parecía realmente estar encantada, aunque nadie nunca vio ni oyó nada extraño a sus alrededores, pero tan sólo la soledad que se desprendía de aquél lugar hacía pensar en terribles fantasmas, desapariciones, torturas, homicidios y demás horrores imaginables.
Custodiada por una verja corroída por el óxido de los años, se encontraba rodeada de un inmenso jardín árido y sin vida, con una tonalidad grisácea que hacía pensar en un cementerio. Era de madera vieja y descolorida, con tres pisos, y al frente una enorme escalinata que daba a la magnífica puerta de roble de la entrada principal. Todos los cristales de todas las ventanas estaban intactos, aunque no dejaban ver nada del interior debido a la suciedad y al polvo del tiempo.
A Isabella nunca le había dado miedo. Cuando la observaba desde la ventana de su dormitorio no veía en ella más que una casa grande y abandonada. Nunca entendió que los niños no se atrevieran a entrar en ella ni porqué se consideraban valientes a los que conseguían tocar la verja.
A ella le gustaba esa casa… Sentía que le perteneciese por algún extraño motivo. Cuando pasaba cerca notaba en su interior la llamada de la antigua vivienda.
Una tarde aburrida, nublada y fría de Sábado cogió su bolso de pana marrón, metió en el una linterna, un bolígrafo y una libreta y, con la mayor decisión que había tenido en su vida, salió de su casa directa a la casa.
Llegó a la verja oxidada, la abrió sin ninguna dificultad (porque esa verja jamás se había cerrado), cruzó el árido y gris jardín, subió la escalinata, se puso enfrente de la magnífica puerta de roble y, con la linterna ya encendida en la mano, la abrió.
Nada. Dentro no había nada. Sólo muros, marcos de puertas, habitaciones a las que se llegaban por esos marcos y una escalera que conducía al piso superior. Salvo eso, no había nada. Por no haber, no había ni olor… Aquella casa cerrada durante tanto tiempo no olía a nada.
Isabella no se entretuvo en curiosear en habitaciones y subió decidida por la escalera q tenía al frente. En la parte superior encontró lo mismo: más muros, más marcos de puertas y más habitaciones. Pero le extraño no encontrar una escalera allí.
La casa tenía tres pisos, por lo que debía de haber alguna escalera escondida en algún lado. De repente dirigió su linterna al techo y la vio. Una trampilla con una cadena colgando; tiró de ella con fuerza y salió una escalinata que daba a la parte que más le interesaba… el desván.
Entonces empezó a sentirlo otra vez. Algo allí arriba le llamaba, hacía que su corazón latiera con fuerza y que su respiración acelerara.
Subió poco a poco, con cuidado de no tropezar con los escalones… Cuando entró al pequeño desván se puso bien su chaqueta de lana, se colocó el bolso sobre su hombro derecho e iluminó la habitación.
Era preciosa, en madera, y al contrario que en el resto de la casa, si había algo… en el centro de la estancia se encontraban una vieja y raída silla y un baúl.
Se dirigió cautelosa hasta el baúl, soltó en el suelo su linterna y el bolso y lo abrió.
Era fascinante… Había de todo. Fotos, diarios, recetarios, pequeñas encuadernaciones que sin duda narraban fantásticas historias, disfraces de otra época, máscaras, espejos antiguos y otras muchas mas cosas.
Isabella, ensimismada en el contenido de su descubrimiento, recordó que tenía que hacer algo importante. Cerró el baúl, cogió su linterna y su bolso y deshizo el camino andado.Cuando llegó a la verja, dirigió su mirada hacía la tercera planta del viejo edificio y se dijo a si misma que regresaría allí cada tarde.