lunes, 30 de marzo de 2009

Vida alternativa (V)

lunes, 30 de marzo de 2009
“… Pasaron toda la tarde juntos. Hicieron la memoria en a penas media hora, y después se limitaron a disfrutar de la compañía que ambos se daban. Hablaron del los estudios, de sus planes para después de la carrera, de viajes, de música, de sus pasiones, de sus miedos y de todo aquello que sentían en lo más profundo de su ser. Para Simón fueron las horas más intentas que jamás había vivido y, aunque el todavía no lo sabía, las últimas horas felices de su vida.
Silvia era increíble. Además de poseer una belleza indudable, era inteligente, divertida, comprometida, cariñosa y con mucho carácter. Era la mujer perfecta. Simón se sentía diferente al estar a su lado. Todo lo que estaba alrededor de ella pasaba de ser algo meramente insignificante a ser especial en el momento.
Simón recordaría siempre los colores de aquella tarde, los matices de las hojas a cada minuto, el olor que le acompaño en aquélla tarde, el sabor en su boca a cada segundo.
Cuando se despidieron, Simón flotaba… Caminaba sin ser consciente de dónde le llevaban los pies, arrancó su coche sin a penas saber qué estaba haciendo, conducía sin mirar la calzada.
Lo que pasó después era inevitable.
Él no la vio cruzar. Sólo vio su pelo ondear, pero no sabía bien si era realidad o eran sus ilusiones. Siguió conduciendo sin hacer caso a lo que hacía. Pero un estruendo le sacó de su mundo y le llevó a la realidad. Había atropellado a alguien.
Lo que vio antes… ¿lo vio realmente o eran imaginaciones?
Bajó del coche rezando por no ver la cara de su amada.
Pero los rezos después de los hechos no sirven para nada. Era demasiado tarde. Sus distracciones habían hecho que atropellara a aquélla persona que era responsable de ellas.
Frente a él yacía el cuerpo sin vida de Silvia. Su sonrisa todavía se podía entrever en sus labios muertos.
Simón murió en el mismo instante en que murió ella… jamás podría volver a ser la misma persona…”

domingo, 29 de marzo de 2009

Vida alternativa (IV)

domingo, 29 de marzo de 2009
“… Aquél día, después de salir de clase, Simón salió con su coche con mucha prisa. Iría primero a casa a afeitarse, darse una ducha y arreglarse; cogería los apuntes de microbiología e iría directo hacia el parque. Había quedado con Silvia para hacer un trabajo. Era su oportunidad. Llevaba intentando hablar con ella fuera de clase desde primer curso, pero nunca se atrevió. Y por fin, después de tres años sentándose dos asientos por detrás de ella, habían quedado entre árboles y flores para acabar la memoria de las prácticas de laboratorio Terminarían pronto con el trabajo, y luego irían a tomar algún helado en el kiosco del parque. Estaba nervioso, contento, excitado… nunca había sentido tantas cosas a la vez. Él, el chico que siempre pasaba desapercibido a la vista de todo ser femenino, tenía una cita con la mujer más bella de toda la facultad. Bueno, en realidad no era una cita…pero para él si que lo era.
Había llegado diez minutos antes de la hora concertada. Se sentó en el banco de la entrada y esperó impaciente. Silvia no tardaría en llegar.
Pasaban ya 15 minutos de la hora de la cita… Simón, dispuesto ya a levantarse para volver a casa, no se había sentido tan decepcionado nunca. Lo que iba a ser la mejor tarde que pasaría en su vida se convirtió en el momento más doloroso. Iba caminando cabizbajo hacia su coche, el nerviosismo y la excitación habían dado paso a una angustia que oprimía tanto su pecho que no le dejaba casi ni respirar.
Y justo cuando tenía las llaves del coche en la mano para abrirlo…
- ¡Simón! ¡Espera, no te vayas! No quería hacerte esperar, pero es que he tardado más de lo previsto.
Silvia había ido a la cita y el volvía a pasear entre nubes…”

jueves, 19 de marzo de 2009

Vida alternativa (III)

jueves, 19 de marzo de 2009
- No estaba haciendo nada, solo quería ver que es lo que hay en ese monitor y como no me parecía oportuno molestar llamando a la puerta se me ocurrió venir por la parte de atrás de la casa y echar un vistazo. No pensé que se enfadaría tanto si entraba en su propiedad. Sólo tenía curiosidad, sólo eso. Pero, por favor, no me haga daño.
Marta soltó aquella retahíla sin a penas respirar y sin volver la vista hacia él. Siempre le habían dicho que no se acercara a ese hombre, que no era una persona agradable, que era preferible no importunarle y que se mantuviera alejada de él.
- Vete, déjame en paz y no vuelvas -. Simón contestó con rotundidad, fue hacia dentro de la casa y cerró la persiana del todo.

Se sentía raro… llevaba años sin intercambiar palabra alguna con nadie, excepto con esa detestable dependienta que le miraba con terror y asco cada lunes. Sentía la necesidad de seguir hablando con esa mocosa que se había atrevido a interrumpirle en su vida diaria. Llevaba muchos años desconectado del mundo real, él no se relacionaba, pero tampoco el mundo se relacionaba con él, y cuando por fin éste le comunica con la realidad a través de una curiosa pequeña sentía la extraña sensación de volver a interaccionar con aquellos a los que había detestado.
Pero eso no podía pasar. Él debía estar encerrado en su mundo. De otro modo podría volver a ocurrir lo mismo, y ya había hecho daño a demasiada gente… Su destino era seguir encerrado en aquella casa y seguir viviendo a través del cable que protegía a la sociedad del monstruo que era.

martes, 3 de marzo de 2009

Vida alternativa II

martes, 3 de marzo de 2009
Marta vivía a través de los ojos de cualquier ser vivo. Se pasaba las horas sentada cerca de la ventana observando la gente pasar. Le gustaba imaginar a dónde irían, con quién se verían y qué harían después. Regalaba una vida diferente a todo aquel que pasara por la ventana y cuando les veía por la calle o coincidía con alguna de esas personas en la cola del cine volvía a introducirse en su imaginación y les preguntaba cómo les fue la cita o si se recuperaron de la gripe.
Lo que más le gustaba a Marta era irse a la parte trasera del jardín de su casa, esconderse entre los arbustos y quedarse embobada intentando ver a través de la persiana de la casa de su vecino. Todo el mundo le había hablado de que era un hombre raro, que no hablaba con nadie y que sólo salía de casa los lunes.
Pero ella sabía algo más. Sabía que siempre estaba sentado en una mesa y que miraba ensimismado una pantalla de ordenador.
Muchas veces, al pasar por la puerta tenía la tentación de llamar y preguntarle si le dejaría mirar a ella también. Pero, al segundo, se decía a sí misma que lo mejor sería no molestar a alguien que no se relacionaba con nadie. Aunque al llegar a casa se arrepentía de no haber seguido a su instinto y se prometía que la próxima vez que pasara por la casa de su vecino llamaría y con la mejor de sus sonrisas le pediría con educación que le dejara mirar esa pantalla.
Un día, pasando por esa puerta gris se acordó de aquella promesa que se hizo días atrás y subió los cinco escalones que conducían a ella. Tenía el puño cerrado levantado, listo para llamar. Pero se le ocurrió que sería mejor investigar algo antes de molestar a nadie. Fue hacia el jardín de atrás, con cuidado de no tropezar con ningún troncón seco y se puso enfrente de la ventana que ella había observado desde la seguridad de su casa. Miró con ojos ávidos de curiosidad por los espacios que dejaba aquella vieja persiana y justo cuando se estaba fijando en aquella pantalla alguien, desde su espalda, le dijo con una voz ronca, grave y enfadada:
- ¿Quién eres y qué haces en mi jardín?